Había una vez una rana que se encontraba vagando por el bosque, disfrutando del sol y de cuantos mosquitos se encontraba, perdida en sus transcendentales pensamientos.
Al llegar a un claro con una charca de aguas cristalinas observó como un sapo erguido sobre una roca parecía dominar el paisaje perdido en sus pensamientos, tal y como le gustaba hacerlo a ella.
El sapo la pareció imponente y lleno de autoridad. Su porte y su postura evocaban la majestuosidad de un personaje de rango elevado y por tanto, de elevados pensamientos, le pareció a la rana.
No quiso desaprovechar la ocasión de tener una profunda y enriquecedora conversación con el sapo, que seguía escudriñando el sentido del universo perdido en la contemplación de las poco profundas aguas de la charca, de modo que, a pesar del respeto que le causaba la sola presencia del imponente sapo, se acercó a él y le habló en estos términos:
Buenos y moscosos días Sr. Sapo!
Que bien encontrar alguien a todas luces ilustrado con el que poder compartir unas pláticas y quien sabe si, quizá, desentrañar alguno de los misterios que acucian a toda criatura viva y con capacidad de reflexionar, como sin duda ud hace de forma formidable.
Venía precisamente reflexionando sobre la suerte de la mariposa y la terrible transformación que sufre durante su vida o de nosotros mismos que, tras ser renacuajos, hemos de ver nuestro cuerpo transformado para siempre. Porque si bien el ser no es su forma, acaso tampoco es su función? Es el mismo ser el anhélido que repta por el suelo que la delicada mariposa que bate las alas entre flores? Acaso el renacuajo que ambos éramos podía anticipar el ser en el que nos hemos convertido, con fuertes patas para realizar increibles saltos cuando antes nuestra cola era nuestra única capacidad motora? Me pregunto, mi respetado y admirado Sr. Sapo, si no siendo la forma ni la función lo que define el ser, cual será la substancia que subyace al ser y lo define como tal y, si tal cosa puede ser descrita, como de universal resultaría esa válida idea en el mundo de las criaturas vivas
El Sr. Sapo, que había escuchado atentamente la interesante pregunta de la rana, permaneció en silencio, con la mirada aún perdida en el fondo de la poco profunda charca mientras asentía impercetiblemente recapacitando sobre la cuestión propuesta, como podía entender la rana.
Después se volvió y miró a la rana directamente a los ojos. Su buche se hinchaba y deshinchaba como una máquina que estuviera elaborando la respuesta de una manera trabajosa y lenta. La rana esperaba a que esa respuesta se formase en el buche del Sr. Sapo para que este, finalmente, puediese expresarla y llenar de claridad sus oscuras dubitaciones.
Tras un momento que pareció eterno, como a cámara lenta, la boca del sapo empezó a abrirse mientras la esperanza de la ranita seguía creciendo. Al fin alguien de autoridad, alguien con criterio, experiencia y sabiduría iba a brindarle la oportunidad de aprender, sin duda, valiosas lecciones a través de sus palabras.
Y por fin, el Sr. Sapo sentenció:
Croooooac, croac, crooooac!